El ataque fué impetuoso i las punterías mui certeras; pero el enemigo descendió también con fuerza avasalladora i gruesos e irresistibles pelotones trataban de despedazara los audaces.
Astutos como siempre, los peruanos en los primeros momentos dejaron avanzara los Zapadores i cuando ya los tuvieron en medio de sus tropas, desprendieron sus batallones por uno i otro lado i procuraron encerrarlos; pero el jefe de los Zapadores dio órdenes tan oportunas i fueron tan rápidamente ejecutadas, que ántes que los peruanos cerraran su linea, él con los suyos se encontraba formando en batalla frente al circulo, dirijiendo un seguro fuego graneado sobre el grupo.
La campaña guerrillera que mandaba el señor Dell'Orto í que hasta ese momento no habia disparado un tiro, vió que un batallón de peruanos se desprendía del Centro i bajaba a paso de carga a fin de ponerse delante de aquella i atacar a los Zapadores por la espalda, de manera que iban a quedar entre dos fuegos.
Quebrantando la órden que habia recibido de partir en observación tras los Zapadores, el señor Dell'Orto no pensó sino en salvar a los últimos.
Fué admirable como este perito, intelijente i bravo capitan se presentó al combate con su compañia del Concepcion.
Avanza tranquilo, sereno, impávido, ante una nube de proyectiles; desplega en guerrilla a su jente, la que ejecuta movimientos perfectamente conbinados i hasta elegantes, como si se encontrara en una parada de fiestas cívicas; el sarjento guia, Adolfo Rodriguez, cae con su banderola, hecho pedazos por una granada i todavía los guerrilleros no contestan con un solo tiro; manda el capitan Dell'Orto al cabo Pedro Morales que tome la banderola de Rodríguez i continua avanzando hasta llegar casi a veinte pasos del enemigo i solo entonces da orden de fuego!. Mientras tanto el jefe de la división habia mandado varias veces a los Zapadores que se retiraran i al fin éstos se retiraron.
La misma orden recibió el capitán Dell'Orto, pero estaba demasiado comprometido en la acción i peleaban sus soldados con demasiada bizarría i buen éxito para resignarse a volver atrás.
A la vez el resto del ejercito principiaba a organizarse con suma rapidez i compañía por compañía eran enviadas al campo de batalla.
Su elegancia de maniobras le costó al señor Dell'Orto mui caro, porque el enemigo tuvo tiempo de ocasionarle muchas bajas, pero una vez que principió el combate esta compañía hizo también destrozos en el ejército de avanzada.
Protejió perfectamente el retiro de los Zapadores i cortó las tropas que habian partido de la ciudad.
La caballería quiso tambien dar una carga, pero lo escabroso del terreno le impedía avanzar con la rapidez que deseaba.
A las 9 A. M. el capitán Dell'Orto recibo un balazo en la pierna izquierda i su corneta de órdenes, Leonor Henriquez, un valiente muchacho de 14 años, otro en la mano derecha.
Jefe i subalternos continúan peleando desesperadamente, todavía solos en medio de batallones enemigos que los estrechan; ya les han derribado todos sus guias i las municiones están por agotarse.
Por fin, llega de refuerzo la segunda compañía del Concepción, al mando del capitán don Marcos A. Otero, en los instantes en que el pobre corneta Henriqucz cae muerto de un segundo balazo.
Dell'Orto ha perdido como 25 hombres i él mismo recibe otra bala en la pierna izquierda, que le fractura el hueso.
Al ver imposibilitado a su jefe, el sarjento 2.° del Concepcion, Tomas Pérez, con seis soldados, se avalanza sobre él, haciendo fuego sobre un grupo que iba a ultimarlo, i, a la rastra, lo retira del combate con ayuda del capitán Otero, que mientras ejecuta esta acción bienhechora recibe un balazo en un costado.
El subteniente del Concepción, don P. Andres Mendoza procura protejer a los oficiales heridos i también cae encima del valiente Dell'Orto, herido de bala.
Desde ese momento principian las horas mas crueles de la lucha.
A continuación de las compañías del señor Dell'Orto i del capitán Otero se enviaron sucesivamente la 4.ª, 1.ª, 5.ª i 6.ª del Talca, que rivalizaron en destreza i enerjía con las del Concepción, i, minutos después, todas las huestes chilenas estaban en combate.
El enemigo, envalentonado con la retirada de los Zapadores, se imajinó que el pánico se había apoderado de los chilenos i que huían.
Descendieron de las alturas a la pampa todos los batallones peruanos, i la lucha se trabó casi cuerpo a cuerpo, implacable i terrible entre la infantería, mientras que las dos artillerías vomitaban enormes masas de fuego.
Los peruanos se portaron valientes, como jamas se les había visto. En medio de la lucha gritaban a nuestras tropas: «¡avancen cobardes: hoi es el dia del castigo i de la venganza!» A fé que tenian razon los peruanos.
Este reto era contestado con el mismo encono, con la misma ira, i con igual deseo de humillar al enemigo, de verlo a los pies, i aplastarlo al pedir perdón i misericordia.
Nubes de humo ocultaban en esos momentos los rayos del sol; se peleaba casi en tinieblas, no se veía bien a mas de treinta pasos de distancia.
De un lado nuestros jefes animaban a sus subalternos, del otro los jefes enemigos hacían otro tanto.
Los jefes del Perú esta vez dieron pruebas de una increíble bravura. Allí se veía a Salazar, comandante del Pisagua, perorando con denuedo a su batallón i momentos después morir gloriosamente; al jefe del bravo Zepita haciendo lo mismo; al comandante Luna, a Leoncio Prado, a los capitanes de artillería Osma i Cáceres. sobrinos del jeneral Cáceres, en lo mas recio de la pelea, sin inmutarse por las balas, sino por el contrario dirijiendo delante del enemigo sus tropas; al anciano jeneral Silva con su gorra blanca, que servia de blanco a los tiradores, impulsando la lucha donde quiera que flaqueaban sus huestes. Todos estos distinguidos militares perecieron, menos Prado, en ese dia de liquidación de enconos, de glorias i de sacrificios.
Por nuestra parte, jefes, oficiales i tropa resistían heroicamente él empuje abrumador de aquellas gruesas masas de impertérritos enemigos.
En una pequeña altura se veia entre otros al oficial talquino, señor Poblete que batia una banderola i gritaba enronquecido a sus soldados: ¡Adelante, compañeros! ¡No nos avergüencen los cholos!
En toda la linea, talquinos, penquistos, zapadores i artilleros hacían prodijios de valor.
Los jefes de cuerpo, señores Cruz, González, Canales, Fontecilla, en medio de sus soldados, espada levantada, los entusiasmaban con enérjicas espresiones i ellos mismos combatían casi cuerpo a cuerpo.
Entre los ayudantes del coronel, se distinguió por su admirable arrojo, por su serenidad en lo mas ardiente de la lucha i por la lijereza con que trasmitía órdenes i recorría toda la linea, el capitán don Santiago Herrera, joven instruido i de un gran corazón.
Los del Talca con los del Concepción peleaban juntos; confundían su sangre los heridos i encendían mutuamente su valor los combatientes con palabras cariñosas i varoniles, recordándose los nombres queridos de su pueblo i de la patria i de los seres mas amados que los esperaban victoriosos.
Si el Talca i el Atacama se hicieron hermanos en Chorrillos, en Huamachuco los del Talca i del Concepción sellaron con sangre su fraternidad eterna: unidos avanzaban en la lucha, unidos quedaban los moribundos i unidos se encontró a varios cadáveres en el campamento.
Hacia ya cuatro horas que se combatia. He habian distinguido casi todos los oficiales i soldados, pero el enemigo no cejaba i las municiones estaban por agotarse.
El capitán ayudante del Talca señor Meza habia rechazado solo con dos Compañías un grupo cuatro veces mayor de enemigos que querían arrollarlas, compuesto del batallón Pisagua i del batallón Tarma.
Después de cuatro horas de tan encarnizada lucha, el éxito era todavía dudoso i mas bien podia presajiarse que iba a ser anonadada nuestra pequeña división por el mayor número.
I sin municiones ¿que hacer?
Iba pues a dar principio la hora de la desesperación i la suprema angustia.
En ese instante, las 12 del dia, llama el coronel Gorostiaga al jefe de la caballería, comandante don Alberto Novoa, le dice:
«En necesario dar una nueva carga; veo que los caballos se cimbran, pero es muí importante un esfuerzo de los bravos cazadores, i ellos i sus caballos se animarán cuando oigan la calacuerda que voi a hacer tocar a toda la línea.»
Describiendo este momento de la batalla el teniente coronel don José Antonio Nolasco en la carta íntima a que nos referimos mas arriba, dice:
«Hai un toque, toque militar que electriza los corazones de nuestros veteranos: en todos nuestros combates se ha dejado oír, siempre con éxito admirable, seguro, podríamos decir.
«El denodado Gorostiaga, en momento tan oportuno como feliz, hizo sonar esta cuerda tan sensible i sonora para el guerrero chileno.
«Un ¡burra! inmenso, atronador, le respondió.
«AI bélico sonido del calacuerda, que tocaron todos los cornetas, tambores i clarines la división toda sin esceptuar enfermos, paisanos, etc., se lanzó en masa sobre el enemigo.
Habia llegado el instante de las heroicidades; el momento supremo.
Sorprendido, desconcertado el enemigo ante tan imprevista audacia, el pánico se apoderó de sus filas.
Los papeles se cambiaron como por encanto.
Los peruanos, que envalentonados salieran momentos antes de sus trincheras, dispuestos a no dejar un solo chileno en el campo, cayeron allí por centenares, revueltos, confundidos, destrozados por las bayonetas, decapitados por los cortantes sables de los terribles cazadores.
En vano huían los peruanos hacia el norte, hacia el sur i sobre la cumbre del Cuyulga.
Nuestros guerreros no les daban tregua...
Tuvo la gloria de principiar el ataque a bayoneta calada la 1.ª compañía del Talca, al mando del capitán Witing.
Todas las tropas que se encontraron en Huamachuco hacen elojios de la intrepidez i del ímpetu irresistible con que el capitán Witing i su compañero el subteniente Nicolás 2.° Robles, casi un niño, que habia peleado en Chorrillos ¡ Miraflores i que hoi está en el Chacabuco, caminaban delante de su compañía, haciendo pedazos al enemigo. La 1.ª con sus jefes fué la compañía del Talca que mas enemigos mató en Huamachuco. Así como también la del capitán Dell'Orto fué la que tuvo mayor número de bajas i de mártires.
El ataque a la bayoneta fué tan vigorosamente sostenido, como por la primera del Talca, por la 4.ª i 5.ª del Concepción, que se hallaban mas completas, puesto que habían entrado a última hora al combate.
Se distinguió particularmente por el entusiasmo con que organizó la carga el sarjento mayor del Concepción, don Pedro José Vera, a quien se veía en diversos puntos de la linda de ataque inspirando bríos a la tropa.
No hai nada que desconcierte mas al peruano que la carga a la bayoneta. Tirita, se le anublan los ojos i sus piernas sienten el empuje de la electricidad para huir siempre, sin detenerse nunca, sino cuando una bala se le atraviesa en el camino. Se ha notado que algunos de estos fujitivos daban vuelta a su fusil, disparaban hacia atrás «por si acaso» i seguían corriendo.
Fuente: Valenzuela, Raimundo del R., La Batalla de Huamachuco, Imprenta Gutenberg, Santiago de Chile, 1885, P. 48.
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