[Cuerpo de Bomberos Armados en el Cuartel General, 1879]
El 4 de Abril de 1879 un grupo de voluntarios de diversas Compañías solicita por escrito al Superintendente que los autorice a reunirse, de uniforme, en el Cuartel General, para ofrecer sus servicios al Gobierno y expresan en esa nota que consideran que ha llegado el momento en que puedan ser útiles al país y que ese ofrecimiento debe ser tan entusiasta como espontáneo. Firman: Ismael Valdés Vergara, Eugenio R. Peña Vicuña, Antonio del Pedregal, Arístides Pinto Concha, Emiliano Llona Albizú, Manuel Avalos Prado y muchos otros.
El 5 de Abril Chile declaró la Guerra a Perú y Bolivia al descubrirse la existencia de un pacto secreto entre ambas naciones.
El Directorio hizo suya la petición y convocó a todo el Cuerpo a reunirse el día 6 de Abril. En esa concertación se acordó desfilar hasta la Moneda y ofrecerse para los servicios que el Presidente dispusiera. Se repetía así el ofrecimiento de servicios hecho al Presidente Pérez durante la guerra con España.
El día 9 de Abril el Presidente Pinto y el Ministro de Guerra don Cornelio Saavedra dictan el siguiente Decreto:
“En vista del patriótico ofrecimiento que los bomberos de esta capital han hecho al Gobierno, fórmese con estos ciudadanos en Cuerpo de Voluntarios Armados al mando de su Comandante don Carlos Rogers”.
Las dos Compañías francesas quedaron exceptuadas del servicio militar pero acordaron hacer el de policía.
El Cuerpo de Bomberos Armados se compuso de las seis Compañías chilenas y se comprometió a instruir militarmente a cien hombres cada 90 una. El Gobierno designó a los Oficiales o mejor dicho ratificó a la mayoría de los que habían sido elegidos el año anterior por los mismos bomberos.
La Oficialidad del Cuerpo de Bomberos Armados fue la siguiente:
Para la Bomba de Oriente:
—Capitán don Vicente Dávila Larraín.
—Teniente don Emiliano Llona.
—Subteniente don Justo Pastor Vargas.
—Teniente don Eduardo Ovalle.
—Subteniente don Juan de Dios Ortúzar.
Para la Bomba del Sur:
—Capitán don Ambrosio Rodríguez Ojeda,
—Teniente don Manuel E. Subercaseaux.
—Teniente don Carlos Varas.
—Subteniente don Carlos R. Ovalle.
—Subteniente don Vicente Prieto Puelma.
Para la Bomba del Poniente:
—Capitán don Buenaventura Cádiz.
—Teniente don Rafael Doren.
—Teniente don Arturo Santos.
—Subteniente don Jermán Navarrete.
—Subteniente don José María Oyarzún.
Para la Compañia Guardia de Propiedad:
—Capitán don José Antonio Tiska.
—Teniente don Carlos Valenzuela Bernales.
—Teniente don Moisés Huidobro.
—Subteniente don Laureano Vial.
—Subteniente don Florencio Bañados.
Para la Bomba América:
—Capitán don Gustavo Ried Canciani.
—Teniente don Ismael Valdés Vergara.
—Subteniente don Guillermo Swinburn Kirk.
—Teniente don Enrique Rodríguez Cerda.
—Subteniente don Arístides Pinto Concha.
Para la Primera Cía. de Hachas, Ganchos y Escaleras:
—Capitán don Ruperto Murillo.
—Teniente don Alberto Murphy.
—Teniente don Fidel I. Rodríguez.
—Subteniente don Exequiel González.
—Subteniente don Adolfo Tapia.
A los seiscientos reclutas se les armó con los anticuados fusiles Minié. En las mañanas, desde el amanecer, y en las tardes hasta avanzadas horas de la noche practicaban los ejercicios que pronto les darían apariencias y destreza de veteranos.
Su primera formación en público impresionó favorablemente a las autoridades militares y se les encomendó las guardias de la Moneda, de Hospitales, Cárceles y de Cuarteles.
Cuando las sangrientas batallas hicieron insuficientes los hospitales de campaña hubo que trasladar los heridos a Valparaíso y Santiago. El Cuerpo de Bomberos se encargó de esperarlos en la estación y conducirlos a los hospitales públicos o a los particulares que entonces se instalaron con este fin.
La disciplina que imperaba en el Cuerpo de Bomberos Armados era muy severa pero sonando la campana de alarma abandonaban sus militarizadas obligaciones para correr a servir frente al fuego. Una Nota recibida por don Carlos Rogers es un pintoresco y elocuente testimonio:
“CUERPO DE BOMBEROS ARMADOS”
Guardia de Prevención.
Santiago, Noviembre 5 de 1879.
Señor Comandante:
Con ocasión del incendio de esta tarde se escapó un voluntario de la Sexta Cía. de Bomberos Armados que estaba detenido por veinticuatro horas a contar desde las 6 P.M.- Lo comunico a Ud. para los fines del caso.
Dios Guarde a Ud.
Manuel María Aldunate
Cabo de Guardia
Nota: La Sexta Cía. de Bomberos Armados correspondía a la Primera Cía. de Hachas, Ganchos y Escaleras (actual Octava Cía.).
Seguían siendo más bomberos que soldados y obedecían más al tañido de la “paila” que a la “Ordenanza Militar”.
El ex Superintendente del Cuerpo don Antonio Varas había vuelto a ser Ministro del Interior y cuando don Francisco Echaurren renunció a la Intendencia General del Ejército no dudó en ofrecer este difícil cargo, en tiempo de guerra, a don Vicente Dávila Larraín a quien conoció como bombero. El sucesor de Varas en el Ministerio del Interior, don Manuel Recabarren, uno de los fundadores del Cuerpo, también dispensó su absoluta confianza al señor Dávila y así pudo este gran Capitán de la Primera Compañía realizar una labor notable en beneficio del Ejército en campaña. Buscó sus principales colaboradores en las filas del Cuerpo y todos le respondieron sin vacilaciones. En el aprovisionamiento y en las ambulancias se distinguieron Ambrosio Rodríguez Ojeda, Ramón Allende Padín, Tulio Ovalle, Buenaventura Cádiz, Eugenio R. Peña Vicuña, los médicos Daniel Rioseco, Wenceslao Díaz, Alfonso Klickmann, Víctor Körner.
Andwanter y muchos otros. Körner escribió sus memorias que fueron impresas bajo el título de “Diario de Campaña de un Cirujano de Ambulancia” y que comprende los dos primeros años de la guerra. Dice el voluntario Körner:
“En ese entonces yo pertenecía a la Quinta Cía. de Bomberos y también era tesorero de la Sociedad Médica. El servicio no existía (el Servicio Sanitario) y cuando fue creado fue mirado con antipatía por el elemento militar por considerarlo un estorbo impuesto por fuerza superior y con cuya existencia no había más que conformarse. Así pudo suceder que para el asalto a Pisagua no se llevaran ambulancias. En Dolores hubo una sola y en Tarapacá ninguna”.
“En Santiago casi todo el Quinto Año de Medicina se inscribió en las listas de la Comisión de Ambulancias. Nos dieron $120.- por adelantado que correspondía a un sueldo de Capitán. El 20 de Mayo nos dieron orden de trasladarnos a Valparaíso para embarcarnos en el Loa que llevaba 200 novillos a Antofagasta. El día lo ocupé entregar los libros de caja de la Soc. Médica y en despedirme de mis compañeros que ese día estaban de guardia en la cárcel situada al pié del Santa Lucía. El Loa zarpó el 29 de Mayo con los vacunos y los cirujanos. En Valparaíso me alojé en casa de mi hermano Ricardo con mi amigo Klicmann, ahí supimos la muerte de nuestro compañero Pedro Regalado Videla cirujano de la Covadonga a quien una bala de la Independencia le cortó las piernas”.
Los que más dieron a conocer la actuación del doctor Allende fueron los segundinos Eduardo Hempel González y Daniel Riquelme Venegas, ambos periodistas destacados como corresponsales en campaña. Riquelme en su libro titulado “Bajo la Tienda” tiene párrafos como los siguientes:
“… y vino la batalla, y el suelo, los cañaverales, las faldas de los cerros, sus barrancos, sus cumbres, fosos y trincheras se cubrieron de muertos y de heridos. ¡Qué charco inmenso de sangre! ¡Qué matadero de reses humanas! Dragoneando de hermana caridad, o sea, de mozo de palangana al lado del doctor Allende Padín (sobre la palangana tajeaban a diestro y siniestro), todos llevábamos cuenta cabal de los que llegaban heridos, y nos alegraba la ausencia de nuestros amigos. No habían caído, decíamos, pero luego nos asaltaba la duda. ¿Y si estuvieran todavía botados en el campo?”
Y antes de la batalla de los futres, o de los pijes, como se llamó a Miraflores, en que los heridos estaban esparcidos en tres lugares distintos, 93 San Juan, Chorrillos y Morro Solar, y los soldados dormían extenuados por el largo combatir, relata Daniel Riquelme:
“… cuando, al parecer, ya no cabía un doliente más, como a eso de la una de la mañana, los doctores Arce y Prado descargaron un nuevo cargamento más de heridos”.
“Pensando en que los que aún yacían abandonados se arrastrarían hasta la línea férrea, movilizaron un carro, arrastrado por sus propios caballos y el empuje de algunos ambulantes, todos antiguos voluntarios o auxiliares de la Segunda Compañía de Bomberos de Santiago, lo llenaron con esa última cosecha, realizada a tientas, heroicamente, entre las tinieblas de la noche, sobre un campo desconocido y con igual piedad para los amigos y los enemigos”.
Igual equidad dice el quintino Samuel Ossa Borne se practicaba en los Hospitales de Lima. El fue herido en Miraflores “pero igual entró a caballo a la capital peruana”, fue atendido en el Hospital Santa Sofía y en el Dos de Mayo por sus compañeros de Bomba doctores Daniel Rioseco y Klicmann. En el Santa Sofía “había más cholos que chilenos”.
Marchant Pereira, acompañó a las tropas como Capellán de la Primera División, cuenta en sus Memorias que hacía enterrar juntos a chilenos y peruanos “para que siquiera en la muerte estén juntos y en paz, los que en la batalla se atacaron y pelearon como leones”.
De la Tercera Compañía fueron a la Guerra del Pacífico: Buenaventura Cádiz, Rafael Doren, Eduardo Kinast, Rómulo Correa, Rafael Penjeán, Belisario Bustos, José María Oyarzún, Arturo Santos, Enrique Pantoja, Juan Boza, J. de la C. Navarrete, Germán de la Cruz y David Valenzuela.
La Compañía acordó darle una manifestación de simpatía al primero de sus miembros que regresara del frente de batalla y acordó también considerarlos presentes en todos los actos de servicio, anotándoles las respectivas asistencias para no perjudicarlos al distribuir premios de constancia.
Cada Compañía dio soluciones diferentes al problema que les acarreaba esta fuga de voluntarios que se iban al Norte, algunos dejando apenas un aviso informal. De la Quinta se embarcaron sin aviso alguno Manuel Ismael López y Mariano Guerrero Bascuñán. Fueron dados de baja por inasistentes y morosos a petición del Tesorero que se complicaba por no saber donde cobrarles las cuotas. Se escapó de tan drástica sanción don Fernando Márquez de la Plata por su calidad de Fundador.
Durante la guerra los militares usaban el despectivo término de “Cucalón” para referirse a los civiles que sin enrolarse en las filas acompañaban al ejército en campaña. El Coronel Sotomayor lo usó en una disputa táctica con don José Francisco Vergara que no era militar de carrera sino de Guardias Nacionales. Fue así, Superintendente de los años 84 a 87, el primer “cucalón” de la guerra.
Origen del apodo Cucalón: Se había embarcado en el “Huáscar”, por deporte, el rico limeño Benigno Cucalón, que no era marino ni militar. En una de las persecuciones del “Blanco”, Cucalón resbaló y cayó al mar. Grau no detuvo el andar de su barco y lo dejó ahogarse.
Los voluntarios de la Quinta tuvieron también su “Cucalón protector”. Este fue el fundador don Adolfo Guerrero Vergara, hombre de confianza de don Patricio Lynch quien le encomendaba los grandes y pequeños problemas de la administración de la ciudad ocupada. Daniel Riquelme, el corresponsal, informa jocosamente de cómo Guerrero soluciona un grave incidente con el Embajador inglés.
Cuando don José Alberto Bravo combatiendo en Chorrillos como Alférez de Artillería captura una bandera peruana para enviarla como trofeo a Santiago, a su cuartel de bombero, fue sometido a sumario por no entregarla de inmediato al Ejército. El hábil fiscal logra que no se le castigue y que en premio a su valor se le conceda disponer libremente del asta de bronce en que estaba la bandera. Hace más de un siglo que el estandarte verde de la Quinta Compañía flamea en esa asta. Una réplica exacta de ese trofeo histórico fue donado por José Alberto Bravo a la Tercera Compañía de Valparaíso en retribución al regalo que ellos le hicieron de una finísima banda de Intendente. Bravo fue Intendente de Valparaíso y también de Santiago. El longevo voluntario desempeñó en el Cuerpo de Bomberos de Santiago los cargos de Comandante y de Superintendente. En 1879 había patrocinado como voluntario a su amigo Juan José de la Cruz Salvo, artillero y abogado, con él parte a la guerra.
Salvo, en Arica fue el emisario de Baquedano que pidió a Bolognesi la rendición del Morro.
Un libro peruano, titulado “Vienen los Chilenos”, escrito por Guillermo Thorndike, relata detalles de esta actuación del entonces Mayor Salvo. De ese libro que en Perú es el equivalente al “Adiós al Sétimo de Línea” de Inostroza copiaré algunos pasajes: “Una corneta chilena sonó cerca del antiguo lazareto.
–Parlamentarios, mi Comandante!
Trepando al fuerte San José, pidió Zavala un largavistas y descubrió siete jinetes con bandera de parlamento. Reconoció al Mayor Juan de la Cruz Salvo, jefe de una brigada de artillería enemiga, acompañado por dos oficiales, un corneta y dos carabineros.
Lo había tratado en Valparaíso antes de la guerra”. Eran amigos. “Podrían darse un efusivo apretón de manos, hablar de amistades comunes de Iquique y Valparaíso, de ciertas damiselas portuarias, de los buenos tiempos de una mutua juventud… Pero estaban ferozmente en guerra.
El rostro macizo, los retorcidos bigotes rubios, el ensortijado mechón que asoma por debajo del quepís de Salvo expresan la misma tensión que el más delgado y moreno rostro de Zavala.
–Por orden del jefe de mi ejército, vengo a solicitar una entrevista con el jefe de la Plaza de Arica, señor Comandante.
Lo llevaré personalmente, Mayor. Tendrá que vendarse los ojos”…. Y mientras caminan a entrevistarse con Bolognesi, el emisario chileno da el pésame por la muerte de un hermano, caído en Tarapacá, a su amigo Zavala. ”-créame que lo siento mucho” – “Aún más lo siento yo. De todos modos agradezco la condolencia”…. “La guarnición exageraba movimientos a fin de parecer más poderosa”. Veinte minutos después le quitan la venda y se encuentra a dos metros de Bolognesi.
“Señor, el General en Jefe del Ejército de Chile desea evitar un derramamiento inútil de sangre y después de haber vencido en Tacna al grueso del ejército aliado, me envía a pedir la rendición de esta plaza”.
Bolognesi llama a sus oficiales y la respuesta es que defenderán Arica hasta quemar el último cartucho. Salvo estrecha la mano a cada uno de los jefes peruanos que han participado en la dramática reunión, Ugarte, Inclán, Ayllón, Saenz Peña, etc. “Hasta luego, señor. Hasta luego, señor. En la terraza el Comandante Zavala volvió a vendarle los ojos”.
El General Baquedano encomendó al Coronel Lagos el asalto a los fuertes de Arica.
Al amanecer del día 7 de Junio comenzó el ataque.
Más de trescientos defensores fueron arrojados al mar por los soldados sin comando y ciegos de furor por las explosiones del terreno minado, antes de que ningún oficial los pudiera contener.
La bandera de Chile flameó en lo alto del Morro a los 55 minutos contados desde la explosión del polvorín del fuerte Ciudadela.
En la Historia de Chile de don F.A. Encina leemos: “El Sargento Mayor Baldomero Dublé Almeida y muchos oficiales más hicieron esfuerzos sobrehumanos por salvar las vidas de los oficiales y soldados peruanos”.
La versión peruana más difundida es la que hace en versos el poeta Santos Chocano.
Atribuye esa humanitaria acción al sargento mayor chileno, a don Juan José de la Cruz Salvo, el voluntario de la Quinta Compañía de Bomberos de Santiago, quien dos días antes había ido a ofrecer a Bolognesi los honores de la guerra a cambio de su rendición.
El popular poeta peruano dice en la parte final de “La Epopeya del Morro”:
¡En vano se enronqueció la voz de los clarines!
Un Capitán chileno, con la espada en la nerviosa mano, impuso paz entre la tropa airada y la vida amparó de los cautivos, que así pudieron, tras el odio insano de la hueste furiosa, quedar vivos.
El mismo Salvo fue. Quiso la Suerte dejar con ello su misión cumplida; y así el que fue emisario de la Muerte fue después Mensajero de la Vida.
El Sargento Mayor señor Salvo sufrió un grave accidente al explotarle en la mano derecha un cartucho de dinamita.
El corresponsal don Daniel Riquelme escribe que el doctor Allende Padín le amputó la mano.
Salvo le pide a su compañero José Alberto Bravo que avise a la Quinta de su accidente, diciendo que aunque ya no puede tirar de un chicote de la bomba siempre desea seguir perteneciendo a esa institución.
La carta está fechada en Pisco el 3 de Diciembre de 1880.
A pesar de haber perdido su mano derecha continuó la campaña y murió como General de ejército este voluntario quintino a quien Santos Chocano tan poéticamente llamó “Mensajero de la Vida”.
Alberto del Solar Navarrete escribió sus memorias sobre la guerra y alentado por son Patricio Lynch las publicó bajo el nombre de “Diario de Campaña”.
En esas páginas aparecen pocos Oficiales que no sean del Carampagne porque como dice el autor, escribió de lo que vio, sobre sus compañeros y sobre su Regimiento. Quizás este enfoque reducido y con grandes detalles sea el mérito del libro.
Es una rara coincidencia que sus amigos fueron Patricio Larraín Alcalde, Ignacio Carrera Pinto, Arístides Pinto Concha y Martiniano Santa María.
Todos voluntarios de Santiago, bajo las órdenes del Comandante Holley. Cuenta del Solar que el Regimiento Carampagne, llamado después Esmeralda o Séptimo de Línea, reclutó 1.200 soldados y al completar ese número fueron los Oficiales a pedirle al Presidente Pinto que los enviara pronto al frente. Pero los acuartelaron en San Felipe a practicar duros ejercicios. Hasta que por fin…
“En el mar, 24 de Febrero de 1880.- La animación y el entusiasmo son grandes. Todos deseamos que se nos dispute el desembarco para imitar el arrojo de los asaltantes de Pisagua. Nuestro único anhelo es divisar por fin los uniformes enemigos”.
“26 de Febrero. Son las tres de la tarde. El convoy pone proa hacia tierra y el “Blanco Encalada” toma posesión de la bahía de Ilo. Un cuarto de hora después nos llega al “Loa” la orden de enviar a tierra un piquete del “Esmeralda” a explorar la costa, escalar los cerros y plantar allí nuestro pabellón.
Todos nos precipitamos al frente, solicitando a nuestro querido Comandante Holley el privilegio de llevar a cabo tan tentadora comisión. Resulta favorecido por la suerte Martiniano Santa María, el distinguido y bizarro Teniente de la Cuarta Compañía del primer batallón.
Se le ve radioso saltar al bote con diez soldados. Una hora más tarde, Martiniano Santa María ha plantado el pabellón nacional sobre el más alto de los morros.
Luego caminatas interminables por el desierto. Eh! Fulano! Vai arrastrando una pata! Cúidala para corretear cholos! Y los soldados decían: ¡buena cosa con el potrero largo y repelao! Por fin la batalla. En el Campo de la Alianza hacen retroceder a los peruanos. El Comandante Holley a la cabeza del Esmeralda. Se cubren los cerros de una línea de casacas rojas, son los famosos Colorados de Daza que casi destrozan al Esmeralda que pierde más de un tercio de su gente”.
El vio caer herido a Arístides Pinto y cuenta que peleó tan bravo como Martiniano Santa María y Carrera Pinto. Todos lamentan la muerte del excelente compañero Aníbal Guerrero Vergara atravesado por siete balazos. Relata extensamente don Alberto del Solar sus aventuras en Tacna en compañía de su amigo “El Mocho” Carrera Pinto, apodo que le daban al que sería pocos años después el más grande héroe militar.
Carrera era el voluntario número 2.043 de Santiago. Conocemos este dato por una nota del 28/03/1870 en que el Secretario de la Primera, señor Marchant, comunica también el ingreso de Patricio Larraín Alcalde a las filas primerinas.
Ambos fueron Oficiales del Regimiento Esmeralda en la batalla de Tacna e hicieron toda la campaña hasta la toma de Lima.
Regresaron a Santiago y desfilaron con los vencedores, pero Carrera Pinto se enroló nuevamente y participó en la Campaña de la Sierra. En esta segunda fase de la Guerra del Pacífico protagonizó como Capitán de las tropas chilenas el hecho más 98 heroico que registra la historia militar, comparable sólo al de los tripulantes de la Esmeralda en el Combate Naval de Iquique.
El heroico nieto del prócer de nuestra independencia se negó a rendirse y prefirió morir peleando por Chile, porque como él dijo era un Carrera. Era también un chileno de los que no conocieron la palabra rendición.
En un pequeño caserío de la sierra peruana, llamado La Concepción, fue atacado por fuerzas muy superiores numéricamente. Carrera pereció durante el primer día de combate, el 9 de Julio de 1882, acribillado por las balas enemigas y rodeado por las llamas del incendio que consumía su posición.
Sus jóvenes oficiales y el resto de sus soldados siguieron luchando hasta el día diez en que todos fueron exterminados. Movidos por el ejemplo de su Capitán, nadie aceptó rendirse.
En Chile se levantaron numerosos bustos y monolitos recordatorios del heroísmo de Ignacio Carrera Pinto. En la mayoría de ellos se han esculpido también las palabras de O’Higgins: “El que recibiere la orden absoluta de conservar su puesto, a toda costa lo hará”.
El monumento más conocido, grande y hermoso, se inauguró en la Alameda el año 1923 y es obra de la gran escultora chilena Rebeca Matte.
En su pedestal figuran los nombres de los 77 defensores de la Patria destacándose el de los Oficiales Pérez, Montt y Cruz. La dedicatoria es breve y significativa: “CHILE A SUS HÉROES”.
El Cuerpo de Bomberos colocó una placa de bronce al pie de este monumento recordando al heroico Capitán, que también perteneció a sus filas.
En la Catedral de Santiago se guardan los corazones de los cuatro valientes: Carrera, Pérez, Montt y Cruz para ejemplo de las nuevas generaciones.
Y como dice la hermosa canción alusiva y la música del ex-voluntario Guillermo (Willy) Bascuñán: “Si hay que morir peleando, que sea con gloria y honor”.
Fuente: Extracto del libro Cuerpo de Bomberos de Santiago escrito por el Voluntario Honorario de la Quinta Compañía Sr. Agustín Gutierrez./ Colaboración Vol. Rodrigo B.
Agradecimientos especiales a la pagina http://www.segundinos.cl
De José Santos Chocano, IX. "Fin del asalto" (Asalto y Toma del Morro de Arica)
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Un capitán chileno, con la espada
en la viril, castigadora mano, II.091
impuso paz entre la tropa airada
y la vida amparó de los cautivos,
que así pudieron, tras el odio insano
de la hueste furiosa, quedar vivos.
El mismo Salvo fue. ¡Quiso la Suerte
dejar con ello su misión cumplida;
y así el que fue emisario de la Muerte,
fue después mensajero de la Vida!...
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