[Fotografias de Patricio Lynch y Ambrosio Letelier]
A principio del mes de Abril apareció cerca de Chosica una montonera, compuesta de cuatrocientos hombres, mas ó menos, que se ocupó durante varios dias en cometer toda clase de crímenes i depredaciones.
Sabedor de lo que ocurría, el Comandante en Jefe del Ejército dispuso que un destacamento de trescientos hombres saliera á destruirla, lo que se efectuó con facilidad, después de causarle gran número de bajas entre muertos i heridos. Por nuestra parte, tuvimos también que lamentar la pérdida de unos cuantos soldados.
El buen éxito de este primer ataque contra el enemigo, que comenzaba á formarse en grupos mal armados—mas cón el objeto de saquear i dar rienda suelta impunemente á instintos feroces, que con el de hostilizarnos,—movió á mi antecesor á enviar una segunda espedicion.
En nota de veinte del mencionado mes, comunicó al señor Ministro dé la Guerra que, creyendo necesario establecer un Hospital Militar en Chosica, habia mandado al interior una pequeña división, con el objeto de esplorar todos los lugares i esterminar por completo a las partidas de montoneros que, según denuncios,iban engrosando sus filas.
Las fuerzas espedicionarias salieron con instrucciones de internarse, al mando del Teniente Coronel Don Ambrosio Letelier, i se componían de veintidós artilleros, ciento sesenta soldados de Caballería i mil doscientos diez infantes, formando un total de mil trescientos noventa i dos hombres.
Parte de estas tropas fué quedando de guarnición en Chicla, Matucana i otros puntos del tránsito i el Comandante Letelier se internó hasta Cerro de Pasco con poco mas de la mitad de las que sacó de Lima.
Tres dias después de mi llegada á esta capital ordené su regreso, por motivos que no son desconocidos para US.
En primer lugar, consideraba inconveniente la dispersión del Ejército y, en segundo, habia recibido á mi llegada los mas desfavorables informes respecto á la conducta observada por los espedicionarios. Agregábase á esto la circunstancia agravante de haberse presentado varias reclamaciones diplomáticas, fundadas en abusos cometidos contra las personas i bienes de ciudadanos estranjeros por el Comandante Letelier.
Tenía éste escalonadas sus fuerzas de operación desde Jauja hasta Huánuco, confiando demasiado en la pusilanimidad del enemigo. Cualquier ataque en número considerable habría sido, sin duda, de fatales consecuencias para nosotros, pues todos los puntos estaban débilmente guarnecidos.
Esta dispersión impidió á Letelier dar inmediato cumplímiento á mis órdenes de regreso. Sin embargo, demoróse mas tiempo del que necesitaba para reunir sus tropas i me vi en la necesidad de dirijirle nuevas comunicaciones i reiterarle terminantemente mis mandatos, previniéndole que se pusiese lo mas pronto en marcha i prescindiera de hacer en sus notas consideraciones sobre la situación interna i política del Perú.
El diez de Junio le escribí que se abstuviera de ejecutar pena alguna corporal ó cualquiera otra sanción pecuniaria sobre las propiedades de los que no pagasen los cupos de guerra, impuestos sin consulta previa al Cuartel Jeneral, i el día doce del mismo mes le remití copias de tres reclamaciones referentes á abusos cometidos por su orden.
El veintiuno, Letelier me decia desde Cerro de Pasco, lo que sigue: «División de Huánuco batió durante tres días con ochenta infantes á cinco mil enemigos, armados de rifles, escopetas i ondas, parapetados en alturas. Mas de mil quinientos quedaron sobre el campo. Nosotros hemos tenido dos heridos leves.»
El veintiuno, Letelier me decia desde Cerro de Pasco, lo que sigue: «División de Huánuco batió durante tres días con ochenta infantes á cinco mil enemigos, armados de rifles, escopetas i ondas, parapetados en alturas. Mas de mil quinientos quedaron sobre el campo. Nosotros hemos tenido dos heridos leves.»
Ya anteriormente me habia dirijido otro telegrama para comunicarme que desde diez dias atrás se batia en sus dos alas, habiendo muerto cuatrocientos enemigos, sin tener mas que un herido de nuestra parte.
No di importancia alguna á estas inverosímiles noticias i le ordené, por última vez, que se pusiese en marcha hacia Lima.
El treinta me avisó que se encontraba en la Oroya, de paso para Chicla, donde esperaba llegar el tres de Julio; porque venia a marchas lentas, á causa de los muchos enfermos traídos en camillas i del maltratamiento de las cabalgaduras.
Pocos dias antes, el señor Ministro de la Guerra me manifestaba que no comprendía la tardanza de Letelier, agregándome nuevamente, que consideraba por muchos motivos peligrosa la dispersión de nuestras fuerzas i que era conveniente concentrarlas en los puntos mas importantes. Sin darme instrucciones imperativas, por no conocer las circunstancias, me advertía que, á su juicio, sacaríamos mas daños que ventajas de estender demasiado nuestra acción.
En los primeros dias de Julio, comenzaron á llegar á Lima algunas de las fuerzas mandadas por Letelier. Todas venían en mui mal estado i no tardé en saber que una gran parle de los caballos i monturas, dados para la espedícion, se habían perdido.
Pero antes de esto, desembarcaron en la estación de Monserrate diez i siete soldados del «Buín», heridos en un combate que tuvo lugar en la hacienda de Cuevas. Este hecho de armas, que pudo tener para nosotros mui dolorosas consecuencias, se efectuó en la tarde del veintiséis de Junio.
Nuestras fuerzas se reducían á sesenta i siete hombres, de Capitán á corneta, i fueron sorprendidos por una montonera de seiscientos á setecientos que, desde las cumbres de cerros dominantes, pudieron dirijir sus fuegos por el frente i por los flancos.
Los nuestros pertenecían á una compañía del «Buín», que en el punto mencionado esperaba al resto de la espedícion Letelier que debia llegar el veintisiete. Los del «Buín» se internaron hasta la hacienda de las Cuevas, cuyas casas distan como una milla de un pequeño villorrio, compuesto de cinco ó seis edificios, un molino i una iglesia i que se levanta en una planicie, como de cuatro cuadras de estension.
El enemigo atacó rudamente i gracias al heroísmo de ese puñado de valientes, mandados por el Capitán Araneda i el Subteniente Guzman, pudimos salir victoriosos.
Los montoneros se retiraron á las dos de la mañana, después de habernos causado quince muertos i diez i siete heridos, sin que, por nuestra parte, pudiéramos conocer con esactitud las pérdidas de vidas enemigas.
En cuanto arribó á Lima el Comandante Letelier me pasó un parte sobre su espedicion i me bastó leerlo para conocer que habían ocurrido hechos de suma gravedad; hechos que por su naturaleza requerían escrupulosa investigación.
Ya antes de recibir ese documento, se habian elevado serias reclamaciones diplomáticas en contra de los procedimientos de Letelier, i denuncios mui graves habían sido puestos en mi conocimiento por diversos conductos, respecto á las cantidades percibidas por los espedicionarios en calidad de cupos de guerra, ó medios de exacción para obtener su pago i otras tropelías i abusos cometidos en el tránsito por las tropas.
Sin embargo, suspendí mi juicio hasta no oír los descargos de Letelier; aunque también, por mi parte, tenia que inculparle no haber obedecido mis órdenes con la puntualidad debida. Su retardo dio lugar á que se organizasen montoneras en los puntos intermedios, con el fin de molestar é impedir su retirada, i una prueba de ello fué la sorpresa sufrida por la compañía del «Buin.»
Tuve que tomar precauciones i reforzar los distintos destacamentos establecidos en el camino, dándoles instrucciones de mantenerse en estricta vijilancia.
Llegados á Lima los espedicionarios, recibí mas quejas contra varios de los Jefes. La tropa se presentó en estado lamentable de pobreza, por lo que hace á su vestuario, i mui desmoralizada, porque á mas de los licenciosos hábitos adquiridos en el interior, traia bastante dinero.
Llamado á mi presencia el Comandante Letelier, le interrogué sobre el objeto de su espedicion é instrucciones á que habia obedecido i me contestó que el mando de ella le fué confiado por el señor Comandante en Jefe del Ejército, sin mas orden que la de proceder como lo estimara conveniente, dejando a su arbitrio el imponer contribuciones, aplicar castigos i despojar de sus propiedades á los habitantes de las comarcas que iba á recorrer.
Pedíle entonces el testo de esas instrucciones i me respondió que no le habian sido dadas por escrito. Apremiado por mis preguntas,i no pudiendo esplicar satisfactoriamente su conducta, se disculpó con la amplitud de sus facultades.
A pesar de todo, tuve que insistir en un cargo por afectar á la moralidad i disciplina del Ejército: fué el relativo á la distribución de dinero á la tropa, no á cuenta de sus haberes, sino como gratificación estraordinaria. Colocado en el compromiso ineludible de confesar lo que ya era público i notorio, me espuso que en verdad habia repartido la suma de cuarenta mil pesos.
Exijíle entonces que me pasara un parte detallado, dándome cuenta dé las cantidades que habia percibido, junto con los justificativos de su inversión. Pedíselo con urjencia i, sin embargo, retardó su presentación mas del tiempo necesario para hacer el relato i reunir unos pocos documentos.
Coincidió con esto un hecho gravísimo que me puso en la necesidad de adoptar medidas de otro jénero. Tuve conocimiento de que el dia quince de Julio el Banco de Londres, Méjico i Sud-América habia pagado á un oficial chileno un cheque por valor de medio millón de soles papel, jirado al portador por la casa de Duncan, Fox i Compañía.
Indagada la procedencia de esa suma, resultó que habia sido dada en pago de otra equivalente que un italiano de Cerro de Pasco debia al Comandante Letelier, por compra de barras de plata.
Comprobado hasta la evidencia el hecho i conociendo naturalmente que ese negocio no entraba en la esfera de los privados de aquel Jefe, i que además habia sido ocultado á mi conocimiento, ordené el arresto preventivo de los que, á mi juicio, podian aparecer como culpables.
Mandé instruir el correspondiente Sumario i señalé los puntos sobre que debia versar la investigación. Visto el dictamen del Auditor de Guerra i sujetándome á él, decreté que se elevara á proceso, con fecha nueve de Setiembre.
, P. 205.
Fuente: Lynch, Patricio, Memoria que el contra-almirante D. Patricio Lynch, Jeneral en Jefe del Ejército de operaciones en el norte del Perú presenta al Supremo Gobierno de Chile, Imp. calle Jª de Junin, num. 255, 1882, Lima, P. 193.
Se las traía el hombre....
ResponderBorrarÉso es lo que debe hacer siempre un Comandante: Investigar y sancionar como corresponde.
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